Las tres piedras
Leyenda de Ibarra
Quito
Colaboración de Juan Carlos Morales Mejía
  Desde arriba, se podía mirar al río Tahuando ir plácido en busca del mar, serpenteando rocas y musgos, acariciando giabos y totoras hasta llegar a los encañonados y a las sucesivas vertientes para que lo fortificaran.
  Al frente, el Alto de Reyes mostraba sus arbustos y su mínima montaña frente a la laguna de Yahuarcocha. Abajo, los olivares aún conservaban sus raíces férreas y el recuerdo de la cosecha, durante la época Colonial, antes que el monopolio se fuera para el Sur.
  Tres gráciles mujeres bajaron por la pendiente de piedras hacia el río. Llevaban los cabellos sueltos y sus pies parecían caminar por el viento. Iban a bañarse en el surtidor de aguas curativas.
  Sus risas se confundían con los cantares que traía la corriente desde las montañas. Eran muchachas y reían mientras se desvestían para su baño de aromas de azahares y geranios. Sus pieras eran dóciles a las hierbas mojadas y sus labios eran frescos como las gotas que salpicaban sus caderas. Estaban desnudas y sus espaldas tersas se arremolinaban bajo el chorro firme que caía golpeando leve sus cabelleras ensortijadas. Sus ojos tenían los paisajes de estas tierras prodigiosas.
  Unos hombres los observaban ocultos en los matorrales. Tramaban el ultraje contra estas vírgenes de olores de durazno. Las doncellas, sin percatarse, jugueteaban con el agua y sus cuerpos eran como garzas que se posan sobre un estanque.
  Los tunantes se acercaron para tomar por la fuerza lo que podrían haber logrado por la ternura. Las zagalas comprendieron sus intenciones perversas. Cuando sus manos se acercaron a sus figuras, los hombres sintieron una dureza de alabastro. Las muchachas se habían transformado en tres piedras. De lo que antes eran sus labios brotaban tres ojos de agua, pero era como si estuvieran hechos de lágrimas.
  Al bajar al río Tahuando las tres piedras con los fulgores de estas mujeres aún están allí. Cuando se zambulle en su torrente es como si unas manos recorrieran una piel ajena a su tiempo, pero también con gemidos traídos de otas épocas.

Tomado del libro Leyendas de Ibarra, Colección Astrolabio. Editorial Pegasus, 1999
Leyendas
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